Hoy recordamos el 40 aniversario del retorno de los astronautas del Apolo XI, tras 8 días, 3 horas, 18 minutos y 18 segundos desde que fueron catapultados al espacio por el gigantesco Saturno V. Con el amerizaje se cumplía el desafío de J. F. Kennedy de enviar un hombre a la luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra antes de que finalizase la década. De hecho, con esta misión, el objetivo se lograba por partida doble, ya que fueron dos los astronautas que pisaban la luna por vez primera. Y es que, muy a menudo, nos sentimos tan fascinados por la proeza del alunizaje y del paseo lunar, que olvidamos lo más importante: traer a los tripulantes de vuelta sanos y salvos.
Porque la aventura no fue precisamente un camino de rosas. Durante el descenso propulsado del módulo lunar, el ordenador se saturó de datos y provocó la activación de las alarmas 1202 y 1201. Como resultado, se pasaron de largo el lugar previsto de alunizaje, y el piloto automático les dirigió hacia una zona de grandes cráteres y gigantescas rocas. Armstrong se vio obligado a desconectarlo y a pasar a control manual. Al final, cuando les quedaban apenas unos 20 segundos de combustible, el Águila alunizó. Ocupados como estaban con las alarmas, los dos astronautas no pudieron prestar atención a los puntos de referencia a lo largo de la trayectoria de descenso a la luna, y se desorientaron. En palabras de Armstrong: "Los tipos que dijeron que no sabríamos dónde estaríamos, son los ganadores de hoy". Collins, a bordo del Columbia, se pasó buena parte de las 22 horas que estuvo orbitando la luna tratando de localizarlos con el sextante de navegación de 28 aumentos (una tarea equivalente a otear Manhattan desde una altura de 69 millas tratando de localizar a un autobús con un par de binoculares).
Una vez en la luna, observaron con preocupación un aumento de la presión en los tanques de combustible y de oxidante provocados por la congelación de parte del combustible en una de las tuberías que conducían desde el intercambiador de calor de helio a las válvulas de alivio. El problema se resolvió abriendo dichas válvulas. Pero no acabaron ahí las dificultades, ya que poco después, cuando ya se habían puesto los trajes y habían despresurizado el módulo lunar para salir de la nave, tuvieron problemas en abrir la escotilla debido a la presión residual.
Luego, tras su estancia en la luna, el dramático momento de la cuenta atrás: ¿se pondría en marcha el único motor del que disponían? Supuestamente, el diseño era un prodigio de la sencillez: 3500 libras de empuje proporcionadas por la combustión de combustibles hipergólicos que se inflamarían por simple contacto, sin necesidad de un sistema de ignición. Para Collins, "Mi terror secreto durante los últimos seis meses", como luego escribiría, "habría sido abandonarlos en la luna y regresar a la Tierra solo". Afortunadamente, el motor de ascenso funcionó como estaba previsto.
Y todavía tendrían que superar momentos críticos, como el acoplamiento en órbita lunar entre el Águila y el Columbia, la peligrosísima reentrada en la atmósfera a 40.000 km/h (con enormes fuerzas de deceleración y temperaturas en el escudo térmico del orden de los 5000º C), o la apertura de los tres paracaídas de 80 pies para frenar el amerizaje. En fin, como decía el chiste: "P'a habernos matao".
Si desean recordar algunos momentos de aquella histórica misión, les recomiendo que no se pierdan esta página en la que podrán encontrar una bonita colección de fotos con comentarios explicativos al pie. Les anticipo que vale la pena.
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