Permítanme que plagie el título del controvertido documental de Al Gore sobre el cambio climático, pero es que viene pero que muy al caso.
No sé si recuerdan que todo el lío este del clima empezó con el descubrimiento del agujero de ozono en los polos, que se suponía había sido provocado, en gran medida, por el exagerado empleo de aerosoles, especialmente, en el mundo de la cosmética. De tal modo (todo sea por la salud de nuestro querido planeta), los consumidores tuvimos que ir sustituyendo nuestros peligrosos sprays, por barras, tubos u otros artilugios más respetuosos con nuestro delicado medio ambiente.
Y a este punto quería yo llegar; ¿hemos conseguido algo con ello?, ¿hemos evitado el tan temido cambio climático?. La respuesta es, obviamente, no. Porque mientras la casi totalidad de la energía que utilice nuestra industria continúe proviniendo de la combustión de materiales fósiles, todos estos pequeños gestos individuales del hombre de a pie no pasarán de la pura anécdota.
Y si esto es así, que creánme que lo es, se me ocurren algunas preguntas que todos nos deberíamos plantear:
-¿No les duele su dedo pulgar de tanto apretar pulsadores que carecen de la capacidad de poder ser hundidos?
-¿Tiene sentido perder la mitad de nuestra vida montando y desmontando botes de jabón o gomina sólo porque tengamos la mala costumbre de querer ir bien peinados y aseados?
-¿Fueron diseñados los tubos dispensadores para que los cosméticos circulasen por su interior o más bien para ser utilizados a modo de cuchara con la que poder pescar un poquillo de producto e ir saliendo del apuro?
-¿Qué demonios hacemos usando, todavía, en nuestra higiene diaria, este tipo de artefactos contenedores?
Y es que, señores, rindámonos a la evidencia, los dosificadores ecológicos NO funcionan.
Y esto sí que es una incuestionable verdad. Y sobre todo incómoda.
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