Llámenme freakie, hortera, nostálgico o lo que quieran, pero echo de menos los tiempos en que este país se paralizaba la noche del sábado en que se celebraba el concurso internacional de música por excelencia, el célebre festival de Eurovisión.
Ver en pantalla el logo que tienen en la imagen, acompañado de la pegadiza sintonía que imagino tendrán ahora en su cabeza aquellos de ustedes que no tengan menos de cuarenta años, era, posiblemente, el momento televisivo más importante del año. En las familias se hacían apuestas sobre el posible resultado de la candidata española, se opinaba sobre el sonido de la orquesta, se despotricaba contra franceses y portugeses que sabíamos no nos darían ni un voto, y se acaba reconociendo con resignación que la canción ganadora era más "pegadiza" que la nuestra, pero que si los "extranjeros" hubiesen podido comprender la letra, seguro que habríamos obtenido muchos más puntos. Y al final, cuando en nuestros viejos televisores aparecía de nuevo ese escudo, empezábamos a descontar el tiempo que restaba para la edición del siguiente año.
Les imagino enterados de lo que, este año, España va a presentar al certamen, así que les voy a ahorrar mi opinión. No sé muy bien por qué, pero me apena todo lo que está aconteciendo últimamente aquí, con este concurso. Y lo peor es que no sé si siento ese mal cuerpo por la dichosa canción en sí, o por lo que su elección significa: la constatación definitiva de que de aquel oscuro pero humilde país del que les hablaba, no quedan más que mis nostalgias.
Aunque para tristeza, humillación y vergüenza, nada comparable a la que todos sentimos cuando una jovencísima y descalza Remedios Amaya obtuvo, a mi juicio muy injustamente, cero puntos en la nefasta edición de 1983, celebrada en Munich. Y por cierto, "maestra", a mí también me gustaría saber la respuesta a su pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario