No. No es que nos hayamos equivocado al "subir" la imagen. El personaje al que hace referencia el título no es el archifamoso rival de Fernando Alonso (Lewis Carl Hamilton), sino el genial matemático y físico Sir Rowan William Hamilton (1805-1865).
Si piensan que el título es una simple añagaza para captar su atención, esperen a leer un poco más sobre este fascinante individuo.
No les aburriré con tediosas descripciones técnicas de las importantes contribuciones científicas de este genial personaje. Pasaré de puntillas diciendo, simplemente, que entre sus logros más notables se encuentra, por un lado, la llamada teoría de los cuaternios (o cuaterniones) de Hamilton (objetos matemáticos cuya álgebra no conmutativa resultaría posteriormente de un gran interés), y por otro, una novedosa y original reformulación de la mecánica clásica basada en una "función característica" de las variables del sistema físico que, con el tiempo, llegaría a conocerse con el nombre de Hamiltoniana.
La idea de la "función característica", como él la denominó, le vino a la mente al tratar de elaborar una teoría coherente de la óptica, y resultó ser de inestimable valor para la reformulación de la Mecánica Clásica y, posteriormente, para la elaboración de las teorías de la Relatividad de Einstein y la Mecánica Cuántica.
Y ustedes dirán... bueno, sí, muy bien; y ¿qué narices tiene qué ver todo esto con el título de esta entrada? Pues vean, vean:
A los tres años, el chavalito Hamilton, ya leía inglés con soltura; a los cinco era capaz de traducir latín, griego y hebreo; a los ocho ya dominaba el italiano y el francés; antes de cumplir los diez leía árabe y sánscrito; a los catorce, aprovechando la visita del embajador persa a Dublín, se dirigió a él por medio de una carta escrita de su puño y letra en persa; a los quince años nació su interés por las matemáticas. Poco tiempo después ya era capaz de realizar difíciles cálculos mentales para la obtención de raíces cuadradas y cúbicas. Un año después, a los dieciséis, comenzó a esbozar su idea de la "función característica", la cual cobraría forma definitiva a los veintiuno.
En el siguiente enlace podrán conocer muchos más detalles de la biografía de este personaje cuya educación fue confiada a la temprana edad de un año a un tío suyo, un clérigo de gran erudición y métodos didácticos un tanto heterodoxos. Afortunadamente, en aquella época todavía no habían inventado la Logse.
No les aburriré con tediosas descripciones técnicas de las importantes contribuciones científicas de este genial personaje. Pasaré de puntillas diciendo, simplemente, que entre sus logros más notables se encuentra, por un lado, la llamada teoría de los cuaternios (o cuaterniones) de Hamilton (objetos matemáticos cuya álgebra no conmutativa resultaría posteriormente de un gran interés), y por otro, una novedosa y original reformulación de la mecánica clásica basada en una "función característica" de las variables del sistema físico que, con el tiempo, llegaría a conocerse con el nombre de Hamiltoniana.
La idea de la "función característica", como él la denominó, le vino a la mente al tratar de elaborar una teoría coherente de la óptica, y resultó ser de inestimable valor para la reformulación de la Mecánica Clásica y, posteriormente, para la elaboración de las teorías de la Relatividad de Einstein y la Mecánica Cuántica.
Y ustedes dirán... bueno, sí, muy bien; y ¿qué narices tiene qué ver todo esto con el título de esta entrada? Pues vean, vean:
A los tres años, el chavalito Hamilton, ya leía inglés con soltura; a los cinco era capaz de traducir latín, griego y hebreo; a los ocho ya dominaba el italiano y el francés; antes de cumplir los diez leía árabe y sánscrito; a los catorce, aprovechando la visita del embajador persa a Dublín, se dirigió a él por medio de una carta escrita de su puño y letra en persa; a los quince años nació su interés por las matemáticas. Poco tiempo después ya era capaz de realizar difíciles cálculos mentales para la obtención de raíces cuadradas y cúbicas. Un año después, a los dieciséis, comenzó a esbozar su idea de la "función característica", la cual cobraría forma definitiva a los veintiuno.
En el siguiente enlace podrán conocer muchos más detalles de la biografía de este personaje cuya educación fue confiada a la temprana edad de un año a un tío suyo, un clérigo de gran erudición y métodos didácticos un tanto heterodoxos. Afortunadamente, en aquella época todavía no habían inventado la Logse.
3 comentarios:
Me da rabia ser tan ignorante.
Me he metido en los enlaces y no he entendido casi nada.
Urgesesión explicativa en directo, cuando te dejes caer por L.C.
Este Hamilton mola más que el de ahora. Y no estaba tan apegado a su papá, je, je.
¡Pues no veas la gracia que me hace a mí, a una edad que casi octuplica la suya, saber menos idiomas que Hamilton a los cinco!
Pues me has acabado de deprimir.
Ya sabes, habrá que ir al quiosco a por un coleccionable de estos de Planeta Agostini para aprender idiomas en sólo dos mil trescientos fascículos.
Ahora es la época, además.
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