¿Lo reconocen? Bueno no se le ve demasiado, y a lo mejor ni le conocen, pero ¿y si les dijese que están contemplando el rostro del hombre más feliz del mundo?
No, no se piensen que es una afirmación sensacionalista... En este blog no tenemos esa necesidad. Sabemos que nos leen miles y miles de internautas, y además tenemos un prestigio que preservar y la credibilidad es nuestro principal activo.
Verán, últimamente estoy pasando por una especie de crisis existencial, y hace unos meses leí un artículo relacionado con este personaje en cuestión. Se llama Matthieu Ricard. Nació en París en 1946 en el seno de una familia ilustrada. Su padre era escritor, filósofo y miembro de la Academia Francesa; su madre, pintora surrealista. Mattieu estudió biología y se doctoró en genética celular en el Instituto Pasteur de París, donde trabajó con el premio Nobel de medicina François Jacob. Hasta aquí todo más o menos normal...
Pero un buen día, fascinado por la lectura de los textos budistas, lo dejó todo. Decidió que el laboratorio no era lo suyo y partió hacia el Himalaya para hacerse discípulo de Kangyur Rinpoche, un histórico maestro tibetano de la tradición Nyingma, la más ancestral escuela del budismo. Era 1972 y las próximas tres décadas de este francés de carácter suave y cultura exquisita –el único europeo que lee, habla y traduce el tibetano clásico– iban a ser dignas del mejor guión de una película. Actualmente es asesor y mano derecha del Dalai Lama.
Pero, ¿qué le hace tan especial? Científicos de la universidad de Wisconsin (EE.UU.) han estado investigando su cerebro desde hace algún tiempo: le han sometido a constantes resonancias magnéticas nucleares, en sesiones de hasta tres horas de duración y le han conectado a 256 sensores para detectar su nivel de estrés, irritabilidad, enfado, placer, satisfacción, etc.
El resultado fue comparado con los obtenidos por cientos de voluntarios cuya felicidad fue clasificada en niveles que iban del +0.3 (muy infeliz) a -0.3 (muy feliz). Matthieu Ricard logró -0.45, desbordando los límites previstos en el estudio, superando todos los registros anteriores y ganándose un título –«el hombre más feliz de la tierra»– que él mismo no termina de aceptar. ¿Está también la modestia ligada a la felicidad? El monje prefiere limitarse a resaltar que efectivamente la cantidad de «emociones positivas» que produce su cerebro está «muy lejos de los parámetros normales».
Y he aquí el problema: si un monje que pasa la mayor parte de su tiempo en la contemplación, que carece de bienes materiales y que practica el celibato desde hace más de 30 años es capaz de alcanzar la dicha absoluta, ¿no nos estaremos equivocando quienes seguimos centrando nuestros esfuerzos en un trabajo mejor, un coche más grande o una pareja más estupenda?
¿Quieren conocer los detalles? Pues no se pierdan, por favor, el siguiente enlace y dejen sus comentarios y opiniones sobre este fenómeno de la mente.
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